El chamanismo y la búsqueda del alma

La búsqueda del alma ha preocupado al ser humano durante siglos. Al principio, nuestros antepasados pensaban que el alma tenía su sede en el corazón. Más tarde, muchos otros órganos se convirtieron en candidatos a albergar el alma, como el hígado y el bazo.

Al final, cuando no pudimos encontrar el alma en ninguno de estos lugares, decidimos que debía residir en la cabeza, dentro del cerebro. Sin embargo, a los antiguos egipcios les servía de poco el cerebro: mientras momificaban cuidadosamente todos los órganos de un difunto, drenaban el cerebro introduciendo una pajita a través del conducto nasal hasta la cavidad craneal y tiraban todo el amasijo sanguinolento a la basura.

Hoy en día, la mayoría de los científicos sostienen que lo que llamamos conciencia es un epifenómeno o subproducto secundario del cerebro, es decir, que los circuitos neuronales del cerebro crean la conciencia. De hecho, Francis Crick, uno de los descubridores del ADN, afirma en su libro La asombrosa hipótesis: La búsqueda científica del alma que todo lo que hay que aprender sobre el alma se puede encontrar estudiando el funcionamiento del cerebro humano.

Por el contrario,

los chamanes




son más propensos a creer lo contrario, que el cerebro es un epifenómeno de la conciencia, y que la conciencia misma utiliza complejos mecanismos evolutivos para crear los circuitos neuronales que nos permiten ser conscientes de nosotros mismos y del universo.

Recuerdo la primera vez que tuve un cerebro humano en mis manos. Mi amigo Brian, estudiante de medicina, me había invitado a acompañarle esa tarde mientras extraía un cerebro de un cadáver en el que él y su compañero de disección habían estado trabajando. Brian tenía el cerebro para él solo, ya que su compañera había pasado de la experiencia, alegando que se iba a dedicar a la obstetricia y tenía poco interés en esa parte de la anatomía.

El cadáver de Brian era el de una joven llamada Jennifer. Había visto cerebros humanos antes, flotando en frascos de laboratorio llenos de formol. Pero el momento en que Brian expuso el cerebro de Jennifer separando el calvario del cráneo siempre vivirá conmigo.

Aristóteles pensaba que el cerebro enfriaba la sangre, que pensar era una función del corazón. René Descartes describió el cerebro como la bomba de una fuente nerviosa. Se le ha comparado con un reloj, una centralita telefónica, un ordenador; sin embargo, la mecánica del cerebro es mucho más intrincada que cualquier analógica. El teórico Lyall Watson escribió que si el cerebro fuera tan simple que pudiéramos entenderlo, nosotros seríamos tan simples que no podríamos. Y la fuente de toda esta teoría y especulación era la masa de tejido gris, carnosa y con forma de nuez que tenía ante mí.

Aquella tarde me llevé una pequeña porción del cerebro de Jennifer que habíamos cortado en rodajas y colocado en un portaobjetos de cristal, de los que se utilizan en los microscopios. La diapositiva contenía un pequeño trozo del córtex prefrontal de Jennifer. Me dije que quería «mirar dentro de su cabeza» con más detenimiento más adelante.

Semanas más tarde, estaba en Cuzco, la capital del antiguo imperio inca y la ciudad más habitada de América. Los antepasados de los incas habían construido las estructuras originales de barro y paja, y los incas habían edificado sobre ellas grandes palacios de piedra. Estaba visitando a don Antonio Morales, mi traductor e informante mientras investigaba a los curanderos y sabios de los Andes, y de quien más tarde descubriría que era uno de los grandes chamanes de la zona.

Aquella noche, cuando entré en la sencilla cabaña de don Antonio, lo primero que me dijo fue: «Has traído a alguien contigo». Inmediatamente le contesté que había venido solo, pero él miró más allá de mí, al fondo de la habitación, y dijo que el invitado que yo había traído había venido sin invitación.

Y entonces empezó a describirme a Jennifer, cómo había vivido, a quién había amado y cómo había muerto. Se me erizaron los pelos de la nuca. No estaba acostumbrado a que me acompañaran huéspedes no invitados, pero recordé que había dormido inquieto desde aquella experiencia con Brian en el laboratorio de anatomía. Y ahora este viejo sabio me decía que el alma de Jennifer se había unido a mí.

«Es porque tienes un corazón cálido y compasivo», dijo el anciano. «Aunque había muerto, su alma estaba atrapada entre el mundo de los vivos y el de los espíritus. Estaba atrapada en una pesadilla de la que no podía despertar. Y quizá sabía, en algún lugar de su interior, que tú la traerías a mí y que aliviaríamos su sufrimiento».

El anciano señaló que el alma de Jennifer se había apegado a un objeto suyo que yo había retirado sin permiso. Inmediatamente me puse a rebuscar en la mochila y saqué el portaobjetos del microscopio.
«¿Qué pasa?» preguntó don Antonio.
«Es su cerebro, un pedazo de él», dije. Me miró y frunció el ceño.
«Has hecho algo muy malo», dijo. «Pero tal vez fue lo mejor. Ahora la curaremos y la ayudaremos a volver a casa, al mundo de los espíritus».

Así comenzó mi entrenamiento con los chamanes. Desde entonces, he tenido una experiencia directa y palpable de mi propia alma y de la belleza de las almas de los demás que me rodean. He descubierto que el alma es el aspecto más bello de la naturaleza humana, esa parte de nosotros que encuentra la belleza en todas partes por mucha fealdad que haya a nuestro alrededor. Es la parte de nosotros que ya no busca la verdad, sino que aporta la verdad en cada encuentro. Es la parte de nosotros que ya no busca la felicidad, sino que infunde alegría a cada instante. Es la parte de nosotros que practica la bondad y vive en la sencillez.

Los chamanes creen que el alma es todo lo bello y noble del ser humano. El alma tiene la posibilidad de hacerse eterna porque la belleza y la nobleza son eternas. Pero para experimentar esto, primero tenemos que curar el trauma y el dolor de nuestro pasado e iluminarnos. El gran experimento que cada uno de nosotros puede realizar es recuperar un aspecto esencial de nosotros mismos que hemos perdido como consecuencia del dolor, el trauma y el estrés.

En términos metafóricos, ésta es la parte de nosotros mismos que nunca abandonó el Jardín del Edén, que todavía camina con belleza por el mundo, conectada a los ríos y a los árboles, y que habla con Dios fácil y prontamente. Creemos que la clave está por encima de las cejas, en el córtex prefrontal.

¿Tienes el valor de despertar tu cerebro, experimentar
sinergia cerebral


y comprender quién eres y qué quieres de la vida?