– Convertirse en pan de maíz por amor

Todos queremos ser amados incondicionalmente por otro, y buscamos a ese otro durante toda nuestra vida. Pero el amor de otro siempre viene acompañado de una larga lista de condiciones.

Hace varios años, le pedí a don Manuel que me hablara del amor, pues nunca había visto a su gente ser cariñosa entre sí como lo somos en Estados Unidos. Por lo que observé, los indios no se cogían de la mano ni se besaban en público, aunque las madres se desvivían por sus bebés, a los que llevaban arrebujados junto al cuerpo. No tenía ni idea de lo que significaba el amor para los mayores.

«El amor es sólo para los valientes», dijo. «Francamente, te recomiendo que te mantengas alejada de él. Eres demasiado blanda para soportar el amor durante mucho tiempo».

Disentí con él, explicándole que había estado enamorada numerosas veces en mi vida y conocía el dolor y el éxtasis de los sentimientos.

«Eso no es amor, es romanticismo», dijo.

«El amor es como un molino», explicó, señalando hacia la entrada de una destartalada casita de adobe. Delante de la casa había un batán, una piedra plana con una depresión poco profunda que los propietarios habían utilizado como molino para moler maíz. El mango en forma de luna, la uña, no aparecía por ninguna parte. Estábamos en una hacienda abandonada que había prosperado, quizá 50 años antes. El tejado de la estructura hacía tiempo que había desaparecido, las tejas de arcilla se las habían llevado los vecinos y lo único que quedaba eran los muros derruidos.

«Somos gente del maíz. Así hemos prosperado durante milenios». Se metió la mano en el bolsillo y sacó unos granos violáceos.

«Tenemos cientos de variedades de maíz: azul, negro, amarillo, rojo… y somos como el maíz. El amor viene a cosecharnos y a arrancarnos de la cáscara seca, con la que se alimenta a los cerdos. Cada grano está lleno de luz. Pero hay que liberar la luz interior. Así que llevamos el maíz al batán.

«El amor te machaca», explicó. «Te abre en canal y te saca de tu caparazón, de modo que ya no reconoces quién eres. Te conviertes en polvo fino que el viento puede llevarse si no tienes cuidado. Entonces el Amor te mezcla con un chorrito de agua de manantial y te aporrea, te amasa y luego te coloca sobre una piedra caliente junto al fuego para que te cuezas, de modo que puedas llegar a ser como el pan de maíz en la fiesta sagrada del Inti Raymi.»

«Pero, ¿y si no quiero volverme como el pan de maíz?». le pregunté a don Manuel. De algún modo, la imagen no me resultaba muy atractiva, aunque me trajera a la memoria la poesía de Rumi, donde escribe que el amor te ahueca, de modo que te conviertes en una caña por la que sopla el viento para hacer la música de Dios. La caña hueca sonaba mucho mejor que una tortilla de maíz.

«Entonces te pudrirás en la cáscara», respondió el anciano. «O convertirse en comida para los pájaros. La uva debe convertirse en vino. De lo contrario, se pudre en la vid».

¿Puedes permitirte convertirte en pan de maíz para el Amor?