¿Cuál es tu auténtica oración?

Desde que era niña, estuve expuesta a muchas religiones y formas de entrar en comunión con lo divino. A lo largo de los años probé muchas de estas formas de orar y luego otras hasta que encontré mi propia oración auténtica.

He aquí un breve relato de la tierra del poeta Rumi que marca la pauta de lo que quiero compartir con ustedes.

Érase una vez un pastor que hablaba directamente con Dios mientras apacentaba a sus ovejas. «Cuando llegue a casa te bañaré los pies y te los untaré con buenos aceites, mi Señor. Luego te cocinaré arroz y te serviré mi mejor vino».

Durante todo el día alababa a Dios mientras sentía el amor que le profesaba en su corazón.

Un día pasaba por allí un mulá y oyó las oraciones del pastor. Inmediatamente, corrió a reprender al pastor: «¡Cómo puedes hablar así a Dios! ¡Eso es blasfemia! El verdadero camino de la oración está en el Libro Sagrado, y luego le dio al pastor el libro para que lo estudiara.

El mulá siguió su camino y pronto se detuvo a comer y luego a descansar a la sombra de un árbol. Cuando entró en un estado de lo más relajado, oyó la profunda voz de Dios.

«Hijo mío, has actuado con tanta dureza con mi amado siervo».

Alarmado, el mulá se incorporó rápidamente y replicó: «Lo siento, mi Señor. Fue porque estaba diciendo una blasfemia».

«¡Sí!» Respondió Dios, «¡pero fue una dulce blasfemia!»

Apenado, el mulá volvió para disculparse ante el pastor. «Por favor, perdóname, la forma en que rezas es la que le gusta a Dios. Por favor, vuelve a tu forma auténtica».

«Mi manera auténtica, no está en el Libro Sagrado, es como solía rezar antes de que rompieras mi hechizo. » Respondió el pastor…

A menudo, las palabras más poderosas para dirigirse a lo divino son las más cercanas a nuestro corazón y no las que nos enseña la doctrina religiosa. Hablar en nuestro idioma cotidiano puede ser nuestra forma más auténtica de rezar. Si hay un mantra o alguna palabra extraña que resuene en nuestro interior, también podemos utilizarlos en nuestro diálogo divino.

Lo que importa es que infundamos nuestras palabras con amor e intención, ya que éste es el combustible que lleva nuestras oraciones donde tienen que ser escuchadas.

Por supuesto, también podemos rezar sin palabras ofreciendo una danza o nuestro silencio a la divinidad.

Por Marcela Lobos