-DESTINO: DECIR SÍ A TU VOCACIÓN

Nuestros mitos más antiguos afirman que todos llegamos al mundo con una llamada en el alma. Carl Jung creía que cuando no atendemos a nuestra llamada -y no se trata de una llamada a la grandeza, sino de una llamada al sentido- se desperdicia una vida. Del mismo modo, cuando decimos sí a nuestro destino, somos capaces de trascender el sufrimiento y triunfar sobre lo que parece imposible.

Para ser importante, nuestro destino no tiene por qué ser grandioso ni estar avalado por la aclamación pública, pero debe estar impregnado de significado y propósito. Esto es totalmente independiente de si adquirimos posesiones materiales, nos casamos, formamos una familia o nos hacemos famosos. Podemos encontrar la felicidad con los bolsillos vacíos y la soledad, y también podemos encontrar el dolor y el sufrimiento con todas las comodidades y la bella compañía del mundo.

Nuestro destino no es lo mismo que nuestro futuro: Mientras que el futuro es lo que ocurrirá más adelante, el destino está en cada instante, y siempre podemos ponernos a su disposición. El destino es decir sí a la vocación con la que nacemos, mientras que la suerte es lo que ocurre cuando luchamos contra nuestra vocación o la ignoramos. Se trata de una idea muy antigua que va en contra de la psicología y la biología modernas, que definen nuestro destino por nuestros perfiles psicológicos y genéticos. Sin embargo, cuanto más nos identificamos por lo que hicieron o dejaron de hacer nuestros padres, lo que está programado en nuestros cromosomas o lo que poseemos o vestimos, más pertenece nuestra historia a nuestros antepasados y a los demás. Entorpecemos nuestras vidas explicándolas con una lista de causas que escapan a nuestro control.

Cada uno de nosotros elige un carácter y una vocación antes de nacer: son innatos a nuestro ser y no pueden explicarse con teorías psicológicas. A veces reconocemos estas cualidades en nuestros hijos con más facilidad que en nosotros mismos: Nos preguntamos de dónde viene su terquedad, su determinación o su despiste. Ciertamente, aplaudimos las habilidades atléticas excepcionales o el talento musical, pero tememos otras características extraordinarias, como una gran necesidad de movimiento y novedad que dificulta permanecer sentado en clase. En la sociedad actual, propensa a la medicación, muchos de estos niños acaban siendo tratados con Ritalin, Prozac y otros fármacos que habrían adormecido la creatividad de muchos de los genios del pasado.

Cuando vivimos en el futuro, esperando que llegue un día en que las cosas vayan mejor, estamos atados al tiempo, que avanza «con este paso mezquino de día en día», como dijo Shakespeare. Pero vivir en el futuro no es diferente de vivir en el pasado: En ambos casos, estamos atrapados por el destino, reviviendo constantemente el dolor que hemos experimentado o anhelando algo o a alguien diferente de lo que tenemos actualmente. Experimentamos y reexperimentamos continuamente nuestras historias pasadas sin cambiar sus resultados.

Podemos romper este ciclo durante el
proceso de recuperación del alma
y sanar nuestro pasado, pero eso no hace nuestro destino. Podemos estar libres de la mano del destino y aún estar lejos de la llamada de nuestra vida, o podemos haber salido de una mala relación pero no estar aún con nuestro compañero de vida. En otras palabras, sanar nuestro pasado significa simplemente que ya no revivimos viejas heridas.

Ahora bien, curar viejas heridas no es poca cosa: si seguimos arrastrándolas con nosotros, acabamos tiñendo nuestro mañana con su dolor y su miedo. En psicología, este mecanismo se conoce como proyección, y es uno de los peligros del proceso terapéutico. Un psicólogo que trabaja desde un lugar herido puede proyectar sus propios problemas en un paciente. Por ejemplo, un terapeuta que estaba atravesando un conflicto muy doloroso con un hermano por una herencia me dijo una vez: «Alberto, todos mis clientes se pelean por dinero». Esto me pareció extraño, porque mis propios clientes tienen problemas muy diversos. Estaba claro que este hombre atraía inconscientemente a pacientes que estaban pasando por su propio dilema, y proyectaba su sombra sobre ellos en un intento de curarse a sí mismo.

De manera similar, proyectamos nuestras heridas no sanadas en los demás, especialmente cuando viajamos hacia el destino en un estado no sanado. Nos reinfectamos a nosotros mismos y a nuestros destinos proyectando nuestras heridas en nuestro futuro, en lugar de experimentar la vida como una serie de nuevas experiencias que se despliegan. Si no nos curamos, nos pasaremos la vida reinventando continuamente nuevas versiones del mismo cónyuge, trabajo y oportunidad; reduciremos 20 años de experiencia a un año de experiencia repetido 20 veces.

Sencillamente, no podemos dar un salto adelante sin sanar nuestros cimientos: debemos pasar por la recuperación del alma antes de poder explorar nuestro destino. El viaje de recuperación del alma es una preparación esencial, ya que trasplanta la bellota de nuestro potencial del terreno rocoso a la tierra fértil. Cuando rastreamos el destino, germina en nosotros la bellota del gran árbol. Sanamos el pasado para viajar al
Mundo Superior
libres de los traumas que nos han impedido alcanzar nuestro potencial, y sin peligro de infectar nuestro futuro.

La próxima semana: Seguimiento a lo largo de líneas temporales.