-EL DIOS-CEREBRO Y LA TRANSFORMACIÓN DEL MUNDO

En los últimos meses hemos explorado el viaje, la recuperación del alma y la búsqueda del destino. Te animo a que repases este material y practiques los ejercicios hasta que lo entiendas completamente y seas capaz de viajar libremente al mundo imaginal y sanarte a ti mismo.

Nuestro destino está siempre a nuestra disposición. A medida que reconozcamos y abracemos nuestro yo intemporal, podremos cultivar nuevos cuerpos y nuevos destinos, que servirán a toda nuestra especie. En otras palabras, a medida que sanemos, el mundo sanará; a medida que cambiemos, el mundo cambiará. Ya no guiada por la fuerza del karma, la humanidad empezará a liberarse de lo que nos mantiene atados a la lucha y al conflicto, y por fin nos convertiremos en

Homo luminoso

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Podemos hacer el viaje hacia nuestro destino a lo largo de muchos años (o muchas vidas), o podemos recorrer territorios sagrados y paisajes míticos en mucho menos tiempo utilizando el proceso del viaje.

Para los Laika, viajar no es un ejercicio de imaginación, sino algo muy real. Esto es difícil de entender para los occidentales, porque nos guiamos por preceptos y normas. Distinguimos entre lo que obedece a un conjunto de reglas predecibles (como las leyes de la física) y lo que es imaginal. Los Laika creen que todo es imaginal. Todo lo que percibimos es una proyección de nuestro mundo interior, y el mundo refleja perfectamente la condición de nuestra alma. Lo que nosotros consideramos el mundo de nuestra imaginación, los videntes de antaño lo consideran tan real y tangible como nuestro propio mundo físico.

Como ya has aprendido en anteriores entradas del blog, para acceder al mundo imaginal, necesitamos entrar en estados especiales de conciencia que son muy diferentes de nuestra conciencia cotidiana ordinaria. Estos son los estados que han cultivado los místicos, los monjes, los santos y los yoguis: la «mente tranquila» de los laika y los budas. Esta mayor conciencia nos da acceso a nuestro cerebro divino, llamado así porque está activo durante las experiencias místicas y espirituales. También conocida como corteza prefrontal, esta estructura se comparte en toda su expresión con ballenas y delfines, aunque el hardware está presente en todos los mamíferos superiores. Se encuentra en la frente, por encima de las cejas. (Los neandertales han sido conocidos como «cejas bajas» porque carecían de esta unidad cerebral).

Los monjes budistas que entran en el estado de samadhi (o la experiencia de unidad con toda la vida) muestran actividad neuronal casi exclusivamente en esta región del cerebro; también se ha descubierto que la meditación desencadena cambios drásticos en la actividad eléctrica de esta región. El cerebro divino trasciende la individualidad, buscando la unidad con todo, y regula los impulsos agresivos y temerosos del cerebro límbico. Para el dios-cerebro, el tiempo es fluido, avanza y retrocede como en los sueños.

El dios-cerebro entiende que la conciencia no puede morir, y nos permite vivir libres de miedo. Científicos brillantes, artistas, chamanes y místicos han accedido a sus capacidades para producir sus mejores obras. Tras regresar de uno de esos viajes en trance en 1797, el poeta Samuel Taylor Coleridge anotó uno de sus mejores poemas, «Kubla Khan». Mozart tenía fama de ser capaz de escuchar una sinfonía entera dentro de su cabeza, y tenía que trabajar furiosamente para transcribir las notas tan rápido como las oía.

En este momento de la historia, nuestra especie necesita la próxima gran oportunidad ofrecida por nuestro córtex prefrontal/cerebro divino, que nos permitirá entretenernos con la antigua noción de una red de vida en la que todas las criaturas, e incluso la materia inanimada, están interconectadas como parte de un campo de información y energía. Muchas personas creen que la sociedad humana se encuentra al borde de este trascendental salto de conciencia.

El chamán comprende que la evolución se produce en el transcurso de las generaciones. Tenemos la oportunidad de participar en la evolución dando ese salto cuántico hacia aquello en lo que nos estamos convirtiendo. Podemos convertirnos en homo luminoso durante nuestra vida. Ésta es, pues, nuestra mayor tarea: dar ese salto cuántico individualmente, porque al hacerlo por nosotros mismos, lo hacemos por todo el planeta. Todos y cada uno de nosotros, cuando elegimos la verdad, cuando elegimos la luz, cuando elegimos una teología femenina de cooperación y sostenibilidad, estamos transformando el mundo.

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