-Volver a casa con los regalos

El último paso, y a menudo el más difícil, del
viaje del héroe
es traer a casa tus dones curativos, tu última bendición. Has viajado lejos y durante mucho tiempo, has sido probado y hallado digno. Llegas a casa con tus regalos, rebosante de entusiasmo y dispuesto a salvar el mundo. Sabes en tu corazón que tienes mucho que dar, pero el mundo al que has vuelto, el mundo ordinario que dejaste atrás, te parece deslucido y aparentemente insensible. ¿A qué te dedicas?

Tu primer impulso puede ser querer dominar tu regreso y presionar y batallar para que acepten tus regalos. Si nos aferramos con fuerza a nuestros nuevos conocimientos, podemos volvernos posesivos y controladores. Una vez invertido en un resultado, nuestro yo egoico toma el control y no puede entender por qué no tenemos más clientes o por qué los amigos y la familia no parecen querer escucharnos. Nos frustramos y caemos fácilmente en sentimientos de desesperanza o indignidad. Es el momento de dar un paso atrás, respirar hondo, encontrar tu punto de referencia interno y actuar no desde tu ego, sino desde tu divinidad.

Practicar
el no apego
nos ayuda a dejar de aferrarnos a cualquier resultado y a rendirnos al proceso. En lugar de imponer nuestros dones a nadie, dejamos que crezcan y maduren en nuestro interior. Permitiendo que nuestros dones crezcan y maduren, dejamos ir y procesamos todo lo que hemos experimentado en nuestro viaje. En lugar de luchar y sentirnos frustrados, nos permitimos relajarnos y explorar nuestros nuevos y tiernos espacios del corazón. A medida que crecemos interiormente, negándonos a dejarnos arrastrar por patrones y dramas familiares, nuestro nuevo estado de ser se refleja exteriormente. En lugar de buscar a los demás, descubrimos que somos nosotros los buscados.

Se necesita un acto de fe para esperar con gran paciencia a que se revelen los siguientes pasos. Quizá llevamos toda la vida creyendo que estamos al mando. En lugar de hacer que las cosas sucedan, se nos pide que cultivemos y fertilicemos nuestro jardín interior. En lugar de manipular nuestras circunstancias externas, se nos pide que nos sumerjamos en el flujo del universo y alimentemos los tiernos brotes de nuestra nueva medicina. Esperar a que lleguen las oportunidades es una encarnación de la práctica del no hacer.

No hacer significa que elegimos vivir en la luz del amor, la creatividad y la posibilidad, dejando que las cosas se desarrollen. Aprendemos a rendirnos a la inteligencia del universo, confiando en su benevolencia y abundancia. Ya no tenemos la tentación de microgestionar nuestras vidas porque sabemos, en el fondo, que estamos en manos del Espíritu y que lo que es verdaderamente para nosotros, aparecerá. Podemos ser amables con nosotros mismos, creyendo en nuestra propia valía. Ya no necesitamos hacer brillar la luz, al darnos cuenta de que somos la luz. ¿Qué cultivas en tu jardín interior?