– La práctica del amor incondicional – El tercer regalo

Una vez que pases al sueño del amor incondicional, podrás practicar el amor sin condiciones, sin marcador. El amor incondicional es salvaje y feroz, quieto y tempestuoso. No exige nada, pero lo exige todo. Es fácil amar a los que nos aman. Cuando seas capaz de amar a quien nunca te corresponderá, descubrirás el verdadero poder.

Todos hemos oído los tópicos de que «el amor es la respuesta» y «el amor es todo lo que hay». Suena bien y nos gustaría encontrar el ser de luz, el Buda viviente, en todos. Y, sin embargo, nos puede resultar difícil encontrar un Buda en alguien que no crees que merezca amor. Pruebe a preguntarse: ¿quién es el ser más repugnante que conoce o del que ha oído hablar? Luego abre tu wiracocha y siéntate en silencio`.

¿Puedes dejar de lado tus emociones por unos instantes, dejar de juzgarles y sentir compasión por ellos, sabiendo que algo creó su compromiso negativo con la vida? El amor no excusa las atrocidades cometidas por un tirano, sino todo lo contrario. Nos permite sanar esa parte de nosotros que nos desprecia por encontrar al villano dentro de nosotros. La Madre Teresa es famosa por decir que se hizo monja sirviendo a la gente de la calle en la India porque encontró al Hitler que llevaba dentro.

El amor es un estado del ser que acepta tus propias partes sombrías, aquellas de las que te avergüenzas o tienes miedo, y saca esos aspectos a la luz para sanarlos. El amor es una elección, puedes conformarte con amar aquellas partes de nosotros y de los demás que consideras aceptables, o, puedes convertirte en amor.

Cuando te conviertes en amor, sanas inmediatamente tu separación de la fuente de todas las cosas visibles e invisibles, una de las heridas centrales que los chamanes encuentran en sus clientes. Sanar esta herida curando aspectos de nosotros mismos que despreciamos nos lleva a experimentar el verdadero amor por nosotros mismos y por los demás. Al dejar de intentar ocultar esos aspectos de nosotros mismos, nos volvemos verdaderamente invisibles.

Cuando intentamos ocultar aspectos de nosotros mismos que no nos gustan o que creemos que incomodan a los demás, esas son las primeras cosas que los demás notan de nosotros. Al ocultar nuestro verdadero yo, esperamos ser más simpáticos, queribles o dignos. Al carecer de amor propio, te encuentras continuamente inmerso en un baile familiar en el que inconscientemente buscas, y encuentras, a alguien que no te valora. Tú obtienes la validación de tu carencia percibida y el otro obtiene la validación de que retener el elogio, el amor o la atención es un motivador que funciona a su favor.

Amándonos a nosotros mismos, salimos de esas relaciones disfuncionales, entramos en contacto con nuestro yo esencial y vemos lo Divino en los demás. Desde este lugar, podemos practicar la retribución del Amor, sin esperar nada a cambio.

¿Puedes practicar hoy el amor incondicional?

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